lunes, 7 de noviembre de 2011

Globalización y Recursos Naturales

Guerras por el petróleo, guerras por el agua, guerras por tierras, guerras atmosféricas: esta es la cara verdadera de la globalización económica, cuyo apetito de recursos naturales supera los límites de la sostenibilidad y la justicia.

Donde hay petróleo hay conflictos. No importa en qué medida la apariencia de una guerra de culturas aparezca vinculada a las invasiones a Afganistán e Iraq (y a la amenaza de una acción similar en Irán), porque la realidad era y es que se trata de guerras por el crudo.

También el agua se está convirtiendo en una fuente de guerras en la medida en que es privatizada y se ha convertido en mercancía. Grandes represas desvían el agua de los sistemas naturales de drenaje de los ríos. Alterar el flujo de un río también modifica la distribución del agua, especialmente si eso implica las transferencias de agua entre varias cuencas. Estos cambios provocan a menudo disputas entre estados o provincias que rápidamente degeneran en conflictos entre gobiernos centrales y naciones.

Cada río en la India es motivo de importantes e insolubles problemas sobre la propiedad del agua y su distribución. En el continente americano, el conflicto entre Estados Unidos y México por el agua del río Colorado se ha intensificado en años recientes. Las aguas de los ríos Tigris y Eufrates, que han sostenido a la agricultura durante miles de años en Turquía, Siria e Iraq, han sido la causa de varios importantes choques entre esos tres países. Ambos ríos nacen en Turquía, cuya posición oficial es ôEl agua es tan nuestra como el petróleo de Iraq es de Iraq".

La guerra entre israelíes y palestinos es en cierta medida una guerra por el agua. El motivo de contienda es el río Jordán, usado por Israel, Jordania, Siria, Líbano y Cisjordania. La agricultura a escala industrial de Israel requiere agua de ese río así como de las aguas subterráneas de Cisjordania.

Aunque sólo tres por ciento de la cuenca del río Jordán está en territorio israelí, proporciona 60 por ciento de las necesidades de agua de Israel. La guerra de 1967 fue, en efecto, una guerra por el agua de las Alturas del Golán, del Mar de Galilea, del río Jordán y de Cisjordania.

Los financiamientos del Banco Mundial y del Banco de Desarrollo de Asia están también desencadenando guerras por el agua entre estados y ciudadanos. Por ejemplo, cuando una represa fue construida en el río Banas, en el estado indio de Rajastán, para desviar agua hacia las ciudades de Jaipur y Ajmer, cinco aldeanos que efectuaban una protesta pacífica contra esa obra fueron baleados a muerte por la policía en agosto de 2005.

En lugar de reconocer que la pisada ecológica de la globalización está aplastando a tierras y a pueblos, la nueva élite desarraigada cultural e intelectualmente sostiene que hay exceso de población. Y se llega a hablar de los recursos naturales como una desventaja comparativa.

Sin embargo, es precisamente la liberalización del comercio la que está permitiendo a las corporaciones invadir el espacio ecológico de las comunidades locales, lo que desencadena conflictos. Para las comunidades locales los recursos naturales como la tierra y el agua tienen claramente valor. Negar valor a las fuentes de esos recursos es negar derechos fundamentales y los usos prioritarios de las tierras y el agua.

El problema no son los recursos naturales sino el libre comercio y la globalización. El problema no es la gente sino la codicia de las corporaciones empresariales y las asociaciones entre éstas y los estados con el fin de usurpar los recursos del pueblo y violar sus derechos fundamentales.

Si la globalización es empujada implacablemente para apoderarse de esos recursos, aumentarán las guerras y la globalización se hará más lenta hasta detenerse a causa de las catástrofes ecológicas y de los conflictos por los recursos naturales.

Si, por el contrario, los movimientos a favor de la sustentabilidad ecológica y de la justicia social tienen éxito en resistir a las extralimitaciones de la globalización, podremos vivir con alegría en nuestro planeta y compartir equitativamente sus recursos vitales.

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